El vicealmirante Antonio Azarola Gresillón, honesto y fiel a la II República

Fue fusilado por el franquismo a las seis de la mañana del 4 de agosto de 1936, en el cuartel de Dolores.
Nace en Tafalla (Navarra), el dieciocho de noviembre del año 1874. Descendía de una familia de heroicos militares españoles que había emigrado a Uruguay. Su familia era acomodada y de hondas raíces tradicionales.
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Antonio Azarola era un profesional estudioso como vemos, de carácter amable y de tendencias moderadas. Gozó de gran prestigio y simpatía dentro de la marina de guerra española. Es nombrado segundo jefe de la Base Naval de Ferrol y jefe de su importante arsenal en noviembre del año 1934.
Estaba casado con Carmen Fernández García-Zúñiga, hija del vicealmirante Ricardo Fernández Gutiérrez de Celis, del que había sido ayudante personal en dos ocasiones a lo largo de su carrera militar.
Fue subsecretario del Ministerio de Marina y posteriormente ministro del mismo departamento en el gabinete presidido por Manuel Portela Valladares desde el treinta de diciembre del año 1935 hasta el diecinueve de febrero del año 1936, el último gobierno antes de las elecciones de febrero del año 1936.
Portela Valladares, en el breve gobierno que presidió para preparar la celebración de las elecciones en febrero del año 1936, le había confiado la cartera de Marina. El contralmirante conocía bien Madrid y a la clase política republicana, pero aún conocía mejor el Ministerio.
En sus más de cuarenta años de servicio activo, fueron varios los destinos que le tocó desempeñar en la Jurisdicción Central de la Marina. El último de ellos, como subsecretario del Ministerio de Marina con Giral de ministro. Otros ministros sucedieron a Giral, pero siguieron manteniendo su confianza en Azarola.
El sector de la prensa madrileña que era contrario al gobierno decían de él, que era el factótum del Ministerio de Marina y que tenía a los ministros como meros portavoces suyos. Azarola lo tomaba como cosas de la prensa y gajes de la política, nada importante, porque, en realidad, su eficacia y minuciosidad no habían dejado un resquicio para el ataque de los contrarios.
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¿QUÉ PASO EN FERROL CON LA SUBLEVACIÓN?
En el mes de Julio era cuando se producía el veraneo. La mitad de las dotaciones de la Armada estaban disfrutando el permiso estival. El propio contralmirante Azarola tenía planeado pasar unos días de vacaciones tomando baños en el balneario de Cuntis. Una repentina enfermedad de su mujer le retuvo al mando del Arsenal.
Se encontraban en el mes de julio en la Base de Ferrol los cruceros “Libertad”, “Miguel de Cervantes” y “Almirante Cervera”, este último en dique seco. El ministro de Marina, en la madrugada del sábado dieciocho de julio, dictó órdenes para que zarpasen inmediatamente los dos primeros y pusiesen rumbo sur y posteriormente se les darían instrucciones más concretas cuando estuviesen en alta mar.
Idénticas órdenes se radiaron al acorazado “Jaime I”, que se encontraba carboneando en Vigo. El jefe de la Flota, vicealmirante Miguel Mier del Río, retrasó todo lo que pudo el cumplimiento de la orden y los barcos no largaron amarras sino veinticuatro horas después.
No hubo ningún incidente digno de mención en la ciudad de Ferrol. En la Base naval, los marineros libres de guardia, salieron de permiso. Como en el resto de las ciudades del país, los dirigentes de los partidos del Frente Popular y de los sindicatos, enterados del levantamiento de las tropas de África, se reunirían con las autoridades municipales para analizar la situación y adoptar algún tipo de acuerdos.
El domingo por la tarde, a las puertas de un cine, se produjo un altercado entre paisanos y tres tenientes de Artillería que portaban sus pistolas reglamentarias. Estos tenientes no eran de la guarnición de la ciudad, sino que se encontraban en Ferrol en viaje de prácticas.
Resultado de dicho enfrentamiento fueron dos tenientes heridos de bala, al parecer por policías municipales, y un tercero que fue detenido y conducido a las dependencias del Ayuntamiento. No consta el número de civiles heridos.
Como consecuencia de estos hechos, salieron entonces las primeras tropas a la calle, siendo un capitán con quince hombres del Regimiento de Artillería de Costa nº 2. El piquete de soldados se presentó en el Ayuntamiento y se llevó por la fuerza al teniente allí detenido en medio de un abucheo general.
El coronel Antonio Corsanego Waters-Horcasitas, que mandaba ese regimiento, tuvo que regresar apresuradamente de La Coruña, donde se encontraba de vacaciones. El comandante militar de la plaza, general de Infantería Ricardo Morales, ordenó que todas las tropas se retirasen de las calles y regresasen a sus cuarteles. En la Base naval, Manuel Vierna aprovechó el incidente para ordenar por su cuenta a las seis de la tarde que se pasase a la situación “C” de máxima emergencia.
El lunes día veinte, amaneció tranquilo en Ferrol y toda la masa obrera se incorporó a sus puestos de trabajo. Las dotaciones de los buques de guerra y de las dependencias de la Base desempeñaban sus cometidos con absoluta normalidad.
El jefe de la Base Naval, vicealmirante Indalecio Núñez, había recibido a las seis de la mañana una llamada telefónica del gobernador civil de La Coruña para comunicarle que probablemente se declararía la huelga general, pero que no debía de preocuparse, y seguramente también se declararía el Estado de Guerra.
El vicealmirante Núñez discrepó de la conveniencia de declarar el Estado de Guerra “porque la población está muy tranquila e iba a provocar grave conflicto”. El gobernador le respondió que estaba al habla con las autoridades militares y creía que éstas declararían el Estado de Guerra.
Tras esta conversación telefónica, el vicealmirante Núñez llamó al general Salcedo para que le orientara en todo lo referido a la declaración del Estado de Guerra y aprovechó también para decirle que, personalmente, encontraba disparatado el declararlo.
El general Salcedo le respondió “que se alegraba mucho de oír su opinión porque precisamente en aquel momento se lo estaba exponiendo a una persona que estaba con él en su despacho…”
El vicealmirante Núñez recibió otra llamada de La Coruña y era del gobernador civil. Ahora le pedía que le enviase un buque de guerra y le sugería que podía ser un torpedero, “con objeto de bombardear la batería del treinta y ocho del monte San Pedro, la Capitanía General y el castillo de San Antón”.
El vicealmirante le respondió que el torpedero no servía para esa misión y, en ese momento, la conversación se interrumpió, oyéndose un intenso fuego de cañón y fusilería y al gobernador civil decir que le estaban bombardeando.
El vicealmirante Núñez no estaba decidido a declarar el Estado de Guerra, pero atendiendo a las indicaciones de su jefe de Estado Mayor convocó una reunión con los jefes de las principales dependencias de la Base y los comandantes del crucero “Almirante Cervera” y del destructor “Velasco”. Estuvo presente en esta reunión el general Ricardo Morales, comandante militar de la plaza.
Los capitanes de navío Manuel de Vierna y Francisco Moreno ya se habían reunido previamente con todos estos jefes, excepto Núñez y Morales, y de lo que se trataba ahora era de presionar al vicealmirante jefe de la Base para que se sumase a la sublevación y ordenase el despliegue de unidades de Infantería de Marina y de Marinería.
Era el mismo esquema que se aplicó en todo el Estado, donde los jefes y oficiales comprometidos con la insurrección se reúnen con sus compañeros y luego van en grupo a convencer al jefe superior comunicándole que va a desencadenarse una revolución y hay que sacar a las tropas a la calle para impedirlo.
Como recalcará el contralmirante Azarola, la normalidad en Ferrol era total y nadie se había quejado de ninguna falta de disciplina en las dotaciones de la Marina. El vicealmirante Núñez, en esa reunión, consintió que se pusiese en marcha el plan “C”, máximo grado de emergencia en la Base, previsto para una situación revolucionaria.
El plan “C” consistía en un acuartelamiento general de las tropas con la orden de no salir a la calle sin previo aviso. Tanto el gobernador civil como el alcalde de Ferrol habían sido puestos al corriente de estas medidas.
Posteriormente, los insurrectos modificarían el contenido del citado plan “C” incluyendo en el mismo la acción conjunta con el Ejército y la ocupación de determinados sectores de la ciudad por compañías armadas de Marinería e Infantería de Marina.
A esas reuniones ni se le invitó ni acudió el contralmirante Azarola que era el segundo jefe de la Base y jefe de su Arsenal. Azarola tuvo noticia de que se estaba celebrando dicha reunión y dos veces llamó por teléfono al vicealmirante Núñez para que viniese a hablar con él en su despacho para conocer su opinión, libre de coacciones, sobre lo que estaba ocurriendo. Pero Núñez no fue a verle.
Al mediodía, el subsecretario de Marina, general Matz, telefoneó desde el Ministerio al vicealmirante Núñez y le preguntó que con quién estaba. El vicealmirante eludió definirse claramente, pero afirmó que estaba con sus compañeros militares y que se solidarizaba con el Ejército.
Al general Matz le pareció entonces que todo estaba ya claro. Desde Madrid, por teléfono y telégrafo, se transmitió la orden de destitución y el nombramiento del contralmirante Azarola como jefe interino de la Base. Debió de ser entonces cuando se produjo la conversación telefónica del ministro de Marina y Azarola.
Esa conversación quedó grabada para siempre en la memoria de los que fueron testigos de la misma. Francisco en entrevista realizada por Elena Aub, en el año 1981, a Giral, hijo del titular de Marina en aquellos días de Julio de 1936, dijo lo siguiente:
“(…) pero en la Marina, una de las cosas más impresionantes que siempre recordará mi padre, y que yo tengo que volver a contar, es su conversación con el almirante Azarola, el jefe de la Base, de la Base Naval de Ferrol, que hablando con el ministro, teniendo en cuenta que el almirante Azarola era un navarro de nacimiento, extraordinariamente reaccionario; pero un caballero en todo el sentido de la palabra, ¿verdad?, como ha habido mucha gente, así; todavía no se les ha hecho bastante justicia.
Por eso mi padre siempre recordaba esa conversación por teléfono con el almirante Azarola, diciéndole el almirante desde su puesto en la Base de Ferrol: “Señor ministro, estoy a sus órdenes; pero estar a las órdenes del ministro me va a costar la vida dentro de unas horas o de un momento, pero cuente usted con la adhesión del jefe de la base. Estoy sitiado desde tierra por los sublevados de tierra; pero la base está a las órdenes del ministro, como hemos jurado y hemos prometido.” ¡Un caballero, un caballero! (…)”
Todas las propuestas de actuación del alcalde del Ferrol las desechaba el ministro de forma tajante: “no hagan nada, no tomen ninguna iniciativa, absolutamente ninguna. El almirante Azarola tiene ya instrucciones del gobierno y sabe lo que hay que hacer. Dejen todo en manos del almirante Azarola. No hagan nada, que nadie se mueva”.
No hay certeza, aunque parece muy probable que el general Morales, comandante militar de Ferrol, asistiese a la reunión de jefes de la Marina que se celebró en el despacho del vicealmirante Núñez. Lo que sí sabemos es que el resto de la mañana el general Morales la pasó reunido con jefes y algunos oficiales de los regimientos de Artillería y de Infantería.
El comandante militar de Ferrol, el general Morales no se decidía a declarar el estado de guerra. A primeras horas de la tarde de ese lunes día veinte, el general Morales convocó a una reunión de urgencia al coronel jefe del Regimiento de Artillería de Costa, que acudió acompañado de otros jefes y oficiales.
En el despacho del general, en la Comandancia Militar, se encontraban ya otros jefes de cuerpo, además del teniente coronel Arias y el capitán de corbeta Suances. Estaba claro que Azarola les infundía respeto y su actitud les preocupaba, por eso los que estaban en la conjura no perdían oportunidad de exaltar los ánimos aunque para ello tuvieran que calumniar al contralmirante.
Fue entonces cuando, al enterarse, el contralmirante Azarola procedió a anular esa orden y mandó que se abriesen otra vez las puertas para dar sensación de normalidad.
Hacia las tres de la tarde, comunicaron al contralmirante Azarola que un comandante de Artillería solicitaba entrevistarse con él de parte del general gobernador militar de la plaza.
Se trataba del comandante de Artillería, Miguel López Uriarte que venía desde el Gobierno Militar en compañía del ayudante del contralmirante, pero no se le entregó el oficio, sino que se le explicó verbalmente su contenido.
Por lo que declaró como testigo el vicealmirante Núñez en la celebración del consejo de guerra, el oficio contenía la orden de detención del contralmirante Azarola. El comandante, López Uriarte, calificó su entrevista con Azarola como una misión de carácter diplomático.
Durante la mayor parte de la entrevista estuvo presente el capitán de fragata y ayudante mayor del Arsenal, Angel Suances Piñeiro. Al replicarle Azarola que no era a él a quien se tenía que dirigir con tal asunto, sino a la autoridad superior de la Base, vicealmirante Núñez, el comandante López Uriarte se extendió en toda una serie de consideraciones para tratar de justificar la declaración del estado de guerra.
Azarola se dio entonces cuenta, y así lo manifestó, que la misión que realmente traía este comandante era la de convencerle para que apoyase tal medida.
El propio comandante López Uriarte tuvo que terminar por reconocerlo. Ángel Suances, para estrechar más al contralmirante, le comunicó que unos auxiliares navales, vestidos de uniforme, acababan de ser agredidos por las turbas cuando se disponían a entrar en la Base.
El contralmirante Azarola, después de conversar telefónicamente con el alcalde de Ferrol y, muy probablemente, con el vicealmirante Núñez, declaró al comandante de Artillería, para que se lo transmitiera al general Morales, que no podía sumarse a un acto que consideraba sedicioso, que se declaraba contrario a dicho movimiento. Le comunicaron que debía retirarse a su residencia a disposición de dicha autoridad, retirándose a sus habitaciones en calidad de detenido.
La reunión entre Azarola y el comandante López Uriarte debió de ser muy bronca. El destituido jefe del Estado Mayor, Manuel de Vierna, que a pesar de todo seguía desempeñando dicho cargo, declararía más adelante, durante la instrucción del consejo de guerra, que tuvo que ordenar al capitán de fragata Luis Vierna, destinado en las Escuelas de Marinería:
“para que se trasladase al despacho de Azarola y le hiciese deponer su actitud, aunque fuese por medios violentos, y que los gritos y voces que dichos señores daban traslucían al exterior del edificio, siendo oídas por personal subalterno, cuya moral en aquellos momentos había que sostener y no deprimir con escenas como la citada…”
Fueron los capitanes de fragata Suances y Vierna los que efectuaron la detención de Azarola. Acto seguido, Suances tomó el mando del Arsenal y organizó el despliegue de las fuerzas sublevadas.
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Al producirse la sublevación en la Base de Ferrol, el veinte de julio, el contralmirante Azarola se mantuvo siempre leal a la República, siendo arrestado por sus propios subordinados, entre ellos los hermanos Salvador y Francisco Moreno Fernández, elevados años más tarde a la heroicidad naval por Franco.
Al producirse el levantamiento del dieciocho de julio, no declaró el Estado de Guerra que le solicitaban los sublevados, adoptando una actitud pasiva, que indignó a los sublevados contra el gobierno republicano.
EL JUICIO MILITAR DE LOS SUBLEVADOS
Los militares sublevados le acusaron de ordenar abrir en secreto el arsenal a las masas marxistas para apoderarse de las armas y de los buques allí fondeados, motivo por lo cual le formaron un Consejo de Guerra y lo ajusticiaron.
Fue juzgado el tres de agosto y el tribunal militar de los sublevados lo sentenció a muerte por abandono de destino.
Era un marino de carácter que no quiso colaborar con sus martirizadores, sino manifestarles su profundo desprecio. El contralmirante Azarola no aceptó que se le leyese íntegra la sentencia, se negó a firmar la notificación y manifestó que no vestiría el uniforme, como le ordenaban, para ir a la ejecución.
Previamente, también se había negado a estar presente durante el desarrollo del consejo de guerra, excepto cuando le tocó el turno a la defensa. Le iban a asesinar, estaba claro, y el contralmirante Azarola hizo todo lo que pudo para que el asesinato no se pudiera ni justificar ni camuflar bajo el manto de ninguna clase de justicia.
El contralmirante Antonio Azarola y Gresillón fue fusilado en el cuartel de Dolores de la Base Naval de Ferrol a las seis de la mañana del día cuatro de agosto del año 1936. Era un católico fervoroso que llevaba en la mano un crucifijo cuando iba a ser fusilado
Azarola fue sometido a juicio sumarísimo y condenado a muerte por:
“… Un delito de abandono de destino de Jefe del Arsenal ante rebelde y sediciosos, inhibiéndose en sus funciones, retirándose a sus habitaciones particulares y oponiéndose a que se declarase el estado de guerra en esta plaza”.
El contralmirante Azarola declaró en el juicio que no podía quebrantar sus principios militares:
“… consideraciones de carácter militar me impedían en absoluto sumarme a una cto que consideraba sedicioso”.
Fue fusilado a las seis de la mañana del 4 de agosto, en el cuartel de Dolores. Sus restos se encuentran enterrados en el cementerio de Villagarcía de Arosa.
El contraalmirante Azarola tuvo un hijo, Antonio Azarola Fernández de Celis, que al igual que su padre eligió la carrera militar en la Marina de Guerra. Este combatió en la guerra civil en el bando franquista.
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El artículo de Edmundo Fayanas Escuer fué publicado primero en Nueva Tribuna y puedes leerlo completo en:
https://nuevatribuna.publico.es/articulo/cultura—ocio/vicealmirante-antonioazarolagresillon-iirepublica-historia-franquismo/20210519121123187857.html
Referencias:
Asturias Republicana: Antonio Azarola Gresillón, el contralmirante y ex ministro de Marina fusilado en Ferrol.
La imagen del Almirante Antonio Azarola ha sido obtenida de Wikimedia y se publica bajo licencia Creative Commons CC-BY-SA-4.0.